jueves, 27 de diciembre de 2007

algo de relleno



Los dejo con un cortometrage stop motion aleman basado en el cuento corto de H.P. Lovecraft: La Musica de Erich Zahn.
Ademas les recomiendo a los interesados entrar al link: literarea fantastica, aparecen interesantes textos sobre universos paralelos.... dense el tiempo de leerlos. No para cualquiera.

domingo, 23 de diciembre de 2007

LA NAVE BLANCA





No puedo dejar de incluir al gran H.P. Lovecraft. En este cuento y en algunos otros de cierta etapa del autor, sondea una region de la fantasia algo diferente...quiza no tan terrorifica pero sí inquietante.


La Nave Blanca
[Cuento. Texto completo]
H.P. Lovecraft

Soy Basil Elton, guardián del faro de Punta Norte, que mi padre y mi abuelo cuidaron antes que yo. Lejos de la costa, la torre gris del faro se alza sobre rocas hundidas y cubiertas de limo que emergen al bajar la marea y se vuelven invisibles cuando sube. Por delante de ese faro, pasan desde hace un siglo las naves majestuosas de los siete mares. En los tiempos de mi abuelo eran muchas; en los de mi padre, no tantas; hoy, son tan pocas que a veces me siento extrañamente solo, como si fuese el último hombre de nuestro planeta.
De lejanas costas venían aquellas embarcaciones de blanco velamen, de lejanas costas de Oriente, donde brillan cálidos soles y perduran dulces fragancias en extraños jardines y alegres templos. Los viejos capitanes del mar visitaban a menudo a mi abuelo y le hablaban de estas cosas, que él contaba a su vez a mi padre, y mi padre a mí, en las largas noches de otoño, cuando el viento del este aullaba misterioso. Luego, leí más cosas de estas, y de otras muchas, en libros que me regalaron los hombres cuando aún era niño y me entusiasmaba lo prodigioso.

Pero más prodigioso que el saber de los viejos y de los libros es el saber secreto del océano. Azul, verde, gris, blanco o negro; tranquilo, agitado o montañoso, ese océano nunca está en silencio. Toda mi vida lo he observado y escuchado, y lo conozco bien. Al principio, sólo me contaba sencillas historias de playas serenas y puertos minúsculos; pero con los años se volvió más amigo y habló de otras cosas; de cosas más extrañas, más lejanas en el espacio y en el tiempo. A veces, al atardecer, los grises vapores del horizonte se han abierto para concederme visiones fugaces de las rutas que hay más allá; otras, por la noche, las profundas aguas del mar se han vuelto claras y fosforescentes, y me han permitido vislumbrar las rutas que hay debajo. Y estas visiones eran tanto de las rutas que existieron o pudieron existir, como de las que existen aún; porque el océano es más antiguo que las montañas, y transporta los recuerdos y los sueños del Tiempo.

La Nave Blanca solía venir del sur, cuando había luna llena y se encontraba muy alta en el cielo. Venía del sur, y se deslizaba serena y silenciosa sobre el mar. Y ya estuvieran las aguas tranquilas o encrespadas, ya fuese el viento contrario o favorable, se deslizaba, serena y silenciosa, con su velamen distante y su larga, extraña fila de remos, de rítmico movimiento. Una noche divisé a un hombre en la cubierta, muy ataviado y con barba, que parecía hacerme señas para que embarcase con él, rumbo a costas desconocidas. Después, lo vi muchas veces más, bajo la luna llena, haciéndome siempre las mismas señas.

La luna brillaba en todo su esplendor la noche en que respondí a su llamada, y recorrí el puente que los rayos de la luna trazaban sobre las aguas, hasta la Nave Blanca. El hombre que me había llamado pronunció unas palabras de bienvenida en una lengua suave que yo parecía conocer, y las horas se llenaron con las dulces canciones de los remeros mientras nos alejábamos en silencioso rumbo al sur misterioso que aquella luna llena y tierna doraba con su esplendor.

Y cuando amaneció el día, sonrosado y luminoso, contemplé el verde litoral de unas tierras lejanas, hermosas, radiantes, desconocidas para mí. Desde el mar se elevaban orgullosas terrazas de verdor, salpicadas de árboles, entre los que asomaban, aquí y allá, los centelleantes tejados y las blancas columnatas de unos templos extraños. Cuando nos acercábamos a la costa exuberante, el hombre barbado habló de esa tierra, la tierra de Zar, donde moran los sueños y pensamientos bellos que visitan a los hombres una vez y luego son olvidados. Y cuando me volví una vez más a contemplar las terrazas, comprobé que era cierto lo que decía, pues entre las visiones que tenía ante mí había muchas cosas que yo había vislumbrado entre las brumas que se extienden más allá del horizonte y en las profundidades fosforescentes del océano. Había también formas y fantasías más espléndidas que ninguna de cuantas yo había conocido; visiones de jóvenes poetas que murieron en la indigencia, antes de que el mundo supiese lo que ellos habían visto y soñado. Pero no pusimos el pie en los prados inclinados de Zar, pues se dice que aquel que se atreva a hollarlos quizá no regrese jamás a su costa natal.

Cuando la Nave Blanca se alejaba en silencio de Zar y de sus terrazas pobladas de templos, avistamos en el lejano horizonte las agujas de una importante ciudad; y me dijo el hombre barbado:

-Aquélla es Talarión, la Ciudad de las Mil Maravillas, donde moran todos aquellos misterios que el hombre ha intentado inútilmente desentrañar.

Miré otra vez, desde más cerca, y vi que era la mayor ciudad de cuantas yo había conocido o soñado. Las agujas de sus templos se perdían en el cielo, de forma que nadie alcanzaba a ver sus extremos; y mucho más allá del horizonte se extendían las murallas grises y terribles, por encima de las cuales asomaban tan sólo algunos tejados misteriosos y siniestros, ornados con ricos frisos y atractivas esculturas. Sentí un deseo ferviente de entrar en esta ciudad fascinante y repelente a la vez, y supliqué al hombre barbado que me desembarcase en el muelle, junto a la enorme puerta esculpida de Akariel; pero se negó con afabilidad a satisfacer mi deseo, diciendo:

-Muchos son los que han entrado a Talarión, la ciudad de las Mil Maravillas; pero ninguno ha regresado. Por ella pululan tan sólo demonios y locas entidades que ya no son humanas, y sus calles están blancas con los huesos de los que han visto el espectro de Lathi, que reina sobre la ciudad.

Así, la Nave Blanca reemprendió su viaje, dejando atrás las murallas de Talarión; y durante muchos días siguió a un pájaro que volaba hacia el sur, cuyo brillante plumaje rivalizaba con el cielo del que había surgido.

Después llegamos a una costa plácida y riente, donde abundaban las flores de todos los matices y en la que, hasta donde alcanzaba la vista, encantadoras arboledas y radiantes cenadores se caldeaban bajo un sol meridional. De unos emparrados que no llegábamos a ver brotaban canciones y fragmentos de lírica armonía salpicados de risas ligeras, tan deliciosas, que exhorté a los remeros a que se esforzasen aún más, en mis ansias por llegar a aquel lugar. El hombre barbado no dijo nada, pero me miró largamente, mientras nos acercábamos a la orilla bordeada de lirios. De repente, sopló un viento por encima de los prados floridos y los bosques frondosos, y trajo una fragancia que me hizo temblar. Pero aumentó el viento, y la atmósfera se llenó de hedor a muerte, a corrupción, a ciudades asoladas por la peste y a cementerios exhumados. Y mientras nos alejábamos desesperadamente de aquella costa maldita, el hombre barbado habló al fin, y dijo:

-Ese es Xura, el País de los Placeres Inalcanzados.

Así, una vez más, la Nave Blanca siguió al pájaro del cielo por mares venturosos y cálidos, impelida por brisas fragantes y acariciadoras. Navegamos día tras día y noche tras noche; y cuando surgió la luna llena, dulce como aquella noche lejana en que abandonamos mi tierra natal, escuchamos las suaves canciones de los remeros. Y al fin anclamos, a la luz de la luna, en el puerto de Sona-Nyl, que está protegido por los promontorios gemelos de cristal que emergen del mar y se unen formando un arco esplendoroso. Era el País de la Fantasía, y bajamos a la costa verdeante por un puente dorado que tendieron los rayos de la luna.

En el país de Sona-Nyl no existen el tiempo ni el espacio, el sufrimiento ni la muerte; allí habité durante muchos evos. Verdes son las arboledas y los pastos, vivas y fragantes las flores, azules y musicales los arroyos, claras y frescas las fuentes, majestuosos e imponentes los templos y castillos y ciudades de Sona-Nyl. No hay fronteras en esas tierras, pues más allá de cada hermosa perspectiva se alza otra más bella. Por los campos, por las espléndidas ciudades, andan las gentes felices y a su antojo, todas ellas dotadas de una gracia sin merma y de una dicha inmaculada. Durante los evos en que habité en esa tierra, vagué feliz por jardines donde asoman singulares pagodas entre gratos macizos de arbustos, y donde los blancos paseos están bordeados de flores delicadas. Subí a lo alto de onduladas colinas, desde cuyas cimas pude admirar encantadores y bellos panoramas, con pueblos apiñados y cobijados en el regazo de valles verdeantes y ciudades de doradas y gigantescas cúpulas brillando en el horizonte infinitamente lejano. Y bajo la luz de la luna contemplé el mar centelleante, los promontorios de cristal, y el puerto apacible en el que permanecía anclada la Nave Blanca.

Una noche del memorable año de Tharp, vi recortada contra la luna llena la silueta del pájaro celestial que me llamaba, y sentí las primeras agitaciones de inquietud. Entonces hablé con el hombre barbado, y le hablé de mis nuevas ansias de partir hacia la remota Cathuria, que no ha visto hombre alguno, aunque todos la creen más allá de las columnas basálticas de Occidente. Es el País de la Esperanza: en ella resplandecen las ideas perfectas de cuanto conocemos; al menos así lo pregonan los hombres. Pero el hombre barbado me dijo:

-Cuídate de esos mares peligrosos, donde los hombres dicen que se encuentra Cathuria. En Sona-Nyl no existe el dolor ni la muerte; pero, ¿quién sabe qué hay más allá de las columnas basálticas de Occidente?

Al siguiente plenilunio, no obstante, embarqué en la Nave Blanca, y abandoné con el renuente hombre barbado el puerto feliz, rumbo a mares inexplorados.

Y el pájaro celestial nos precedió con su vuelo, y nos llevó hacia las columnas basálticas de Occidente; pero esta vez los remeros no cantaron dulces canciones bajo la luna llena. En mi imaginación, me representaba a menudo el desconocido país de Cathuria con espléndidas florestas y palacios, y me preguntaba qué nuevas delicias me aguardarían. "Cathuria", me decía, "es la morada de los dioses y el país de innumerables ciudades de oro. Sus bosques son de aloe y de sándalo, igual que los de Camorin; y entre sus árboles trinan alegres y entonan sus cantos amables los pájaros; en las verdes y floridas montañas de Cathuria se elevan templos de mármol rosa, ricos en bellezas pintadas y esculpidas, con frescas fuentes argentinas en sus patios, donde gorgotean con música encantadora las fragantes aguas del río Narg, nacido en una gruta. Las ciudades de Cathuria tienen un cerco de murallas doradas, y sus pavimentos son de oro también. En los jardines de estas ciudades hay extrañas orquídeas y lagos perfumados cuyos lechos son de coral y de ámbar. Por la noche, las calles y los jardines se iluminan con alegres linternas, confeccionadas con las conchas tricolores de las tortugas, y resuenan las suaves notas del cantor y el tañedor de laúd. Y las casas de las ciudades de Cathuria son todas palacios, construidos junto a un fragante canal que lleva las aguas del sagrado Narg. De mármol y de pórfido son las casas; y sus techumbres, de centelleante oro, reflejan los rayos del sol y realzan el esplendor de las ciudades que los dioses bienaventurados contemplan desde lejanos picos. Lo más maravilloso es el palacio del gran monarca Dorieb, de quien dicen algunos que es un semidiós y otros que es un dios. Alto es el palacio de Dorieb, y muchas son las torres de mármol que se alzan sobre las murallas. En sus grandes salones se reúnen multitudes, y es aquí donde cuelgan trofeos de todas las épocas. Su techumbre es de oro puro, y está sostenida por altos pilares de rubí y de azur donde hay esculpidas tales figuras de dioses y de héroes, que aquel que las mira a esas alturas cree estar contemplando el olimpo viviente. Y el suelo del palacio es de cristal, y bajo él manan, ingeniosamente iluminadas, las aguas del Narg, alegres y con peces de vivos colores desconocidos más allá de los confines de la encantadora Cathuria".

Así hablaba conmigo mismo de Cathuria, pero el hombre barbado me aconsejaba siempre que regresara a las costas bienaventuradas de Sona-Nyl; pues Sona-Nyl es conocida de los hombres, mientras que en Cathuria jamás ha entrado nadie.

Y cuando hizo treinta y un días que seguíamos al pájaro, avistamos las columnas basálticas de Occidente. Una niebla las envolvía, de forma que nadie podía escrutar más allá, ni ver sus cumbres, por lo cual dicen algunos que llegan a los cielos. Y el hombre barbado me suplicó nuevamente que volviese, aunque no lo escuché; porque, procedentes de las brumas más allá de las columnas de basalto, me pareció oír notas de cantones y tañedores de laúd, más dulces que las más dulces canciones de Sona-Nyl, y que cantaban mis propias alabanzas; las alabanzas de aquél que venía de la luna llena y moraba en el País de la Ilusión. Y la Nave Blanca siguió navegando hacia aquellos sones melodiosos, y se adentró en la bruma que reinaba entre las columnas basálticas de Occidente. Y cuando cesó la música y levantó la niebla, no vimos la tierra de Cathuria, sino un mar impetuoso, en medio del cual nuestra impotente embarcación se dirigía hacia alguna meta desconocida. Poco después nos llegó el tronar lejano de alguna cascada, y ante nuestros ojos apareció, en el horizonte, la titánica espuma de una catarata monstruosa, en la que los océanos del mundo se precipitaban hacia un abismo de nihilidad. Entonces, el hombre barbado me dijo con lágrimas en las mejillas:

-Hemos despreciado el hermoso país de Sona-Nyl, que jamás volveremos a contemplar. Los dioses son más grandes que los hombres, y han vencido.

Yo cerré los ojos ante la caída inminente, y dejé de ver al pájaro celestial que agitaba con burla sus alas azules sobrevolando el borde del torrente.

El choque nos precipitó en la negrura, y oí gritos de hombres y de seres que no eran hombres. Se levantaron los vientos impetuosos del Este, y el frío me traspasó, agachado sobre la losa húmeda que se había alzado bajo mis pies. Luego oí otro estallido, abrí los ojos y vi que estaba en la plataforma de la torre del faro, de donde había partido hacía tantos evos. Abajo, en la oscuridad, se distinguía la silueta borrosa y enorme de una nave destrozándose contra las rocas crueles; y al asomarme a la negrura descubrí que el faro se había apagado por primera vez desde que mi abuelo asumiera su cuidado.

Y cuando entré en la torre, en la última guardia de la noche, vi en la pared un calendario: aún estaba tal como yo lo había dejado, en el momento de partir. Por la mañana, bajé de la torre y busqué los restos del naufragio entre las rocas; pero sólo encontré un extraño pájaro muerto, cuyo plumaje era azul como el cielo, y un mástil destrozado, más blanco que el penacho de las olas y la nieve de los montes.

Después, el mar no ha vuelto a contarme sus secretos, y aunque la luna ha iluminado los cielos muchas veces desde entonces con todo su esplendor, la Nave Blanca del sur no ha vuelto jamás.

FIN

lunes, 17 de diciembre de 2007

Otoño en Constantinopla


Este es un cuento del argentino Norberto Luis Romero, alguna vez lo leí en la revista de sci-fi El Pendulo, no se preocupen... es un mundo identico a este.


"Se levantó de la cama y como todos los días se metió bajo la ducha caliente. El agua, como siempre, se le coló en los oídos, y fue al querer destapárselos cuando lo notó. Primero creyó que aún estaba dormido y soñando, luego que se trataba de un error; de una falsa información que llegaba a su cerebro todavía perezoso por el madrugón. Volvió a comprobarlo y un sudor helado se mezcló con el agua caliente.
Lentamente, con temor, se asomo al espejo empañado, desde donde surgió la silueta confusa. Limpió la superficie del cristal con la palma de la mano y otra mano lo imitó. Entonces pudo verse con claridad y tuvo un estremecimiento. Se llevó las manos a la cabeza y se apretó los oídos.
Fue al dormitorio; su mujer dormía. Habría querido despertarla, gritarle que las había perdido, que ya no las tenía, y pedirle que le ayudara a comprobar que no estaba soñando. Pero se sentía avergonzado y prefirió quedarse callado. Sentado junto a ella, se le caían las lágrimas. Fue al secarse los ojos con un borde de la sábana cuando la vio, semioculta bajo la almohada, translúcida como el alabastro. La recogió sin asco; era una de sus orejas. Buscó la otra y la encontró en el suelo.
Cuando tuvo el par, en una acción instintiva y vana, quiso volver a ponérselas. Se encerró en el cuarto de baño y allí se puso a observarlas con detenimiento: no sangraban, pero estaban resecas y quebradizas. Volvió a mirarse al espejo y se sintió ridículo. Ensayó varias veces su imagen anterior -cuando estaba completo- sujetándoselas con la punta de los dedos. También en un arranque de inconciencia, se las probó al revés y en varias partes de la cara. Después se puso serio.
Cuando despertó su esposa, él se encontraba de nuevo sentado a su lado, con la cabeza envuelta en una toalla.
-Susana -la llamó en voz baja. -Susana, ¿estás despierta?
Ella respondió con un murmullo.
-Se me cayeron las orejas -le dijo él con mucha tristeza, mientras se quitaba la toalla.
-No me extraña, hace tres días comenzó el otoño.
Pero cuando abrió los ojos y pudo ver que no había sido una broma; cuando vio la cabeza de su marido ovoide y sin relieves ni protuberancias laterales, y aquellos dos agujeritos a cada lado, redonditos y casi obscenos, tuvo un ligero desvanecimiento.
A los niños se lo ocultaron y les dijeron que su padre se habla golpeado con el grifo de la ducha: que había resbalado y caído. Pero ellos miraban la venda con desconfianza, como presintiendo que les estaban mintiendo.
A las orejas las guardaron en una cajita que escondieron en un cajón de la cómoda. Por las noches se sorprendían mutuamente fuera de la cama espiándolas en silencio, observándolas sin aprensión, más bien con curiosidad y asombro. Las orejas se fueron empequeñeciendo y arrugando cada día más. Una noche descubrieron que las polillas estaban devorándolas. Susana las limpió con un paño húmedo y les puso naftalina.
Durante algunos días, desde que Manuel perdió las orejas, estuvieron dando excusas en el trabajo de éste.
-Tarde o temprano tendrás que ir a la oficina, o vencer ese pudor y llamar a un médico.
Él se negaba, pero al fin ella pudo convencerlo para que telefonease a un médico amigo. La secretaria que se puso al teléfono les dijo que el doctor llevaba dos días sin ir por la consulta.
No tenían más alternativa que llamar al médico de la Seguridad Social para pedirles la baja.
-Se van a reír de mí: “certifico que fulano de tal no puede concurrir al trabajo por haber perdido las orejas...” No. No lo llamaremos. Además no me duelen... ni siquiera tengo molestias, no las hecho de menos.
-Tienes razón, no puedo llamar y decirle: Doctor, llamo porque a mi marido que se le han caído las orejas...
Y decidieron mentir y llamarlo aludiendo un fuerte dolor de oídos. Pero la secretaria le sugirió a Susana que llamara a otro médico o que esperara unos días, porque el doctor llevaba una semana de mucho trabajo y no podía atenderlo. Manuel se alegró mucho, pero Susana insistió:
-Algún día tendrás que quitarte esa ridícula venda y salir a la calle. Se lo diremos a los niños y volverás a la oficina antes de que te despidan.

Una mañana llamó Marta, una amiga de la casa, preguntando cómo iba todo. Susana la notó nerviosa. Fue evidente que en un momento determinado Marta insinuó algo que Susana no interpretó cabalmente. A su vez, ésta estuvo a punto de contarle lo de su marido y pedirle consejo, pero se calló, porque él estaba oyendo la conversación y también porque, en ese momento, entró Marcelita llorando y pidiéndole a su padre que volviera a ponérselas en la cabeza. Traía las orejitas en una mano, como una mariposa trémula recién atrapada.
Vencidos pudores y recelos, llamaron a un médico y ya no ocultaron nada. Por él se enteraron de que todos en la ciudad de Constantinopla habían perdido las orejas con la llegada del otoño. A Susana y a Gustavito se les cayeron al mismo tiempo al día siguiente. Ya no se asustaron; pusieron todas las orejas juntas en la cajita donde estaban las de Manuel y Susana las acondicionó con algodones y reforzó la naftalina.
Al principio, los ciudadanos de Constantinopla, al igual que Manuel, se recluyeron en sus casas, avergonzados de sus cabezas redondas y lisas, pero con el tiempo y cuando se enteraron de que era común a todos los habitantes, comenzaron a salir, retomaron sus trabajos y la vida cotidiana. Llevaron sombreros y gorras, o boinas encasquetadas hasta el lugar donde habían estado las orejas, pero pronto fueron abandonando sombreros y bufandas enrolladas como turbantes, y salieron a la calle dignamente, con la cabeza descubierta. Como es natural, hubo miradas indiscretas y risitas solapadas durante un tiempo, pero fueron acostumbrándose, e incluso se convirtió en un hecho estético carecer de orejas. Únicamente los niños, con su malicia innata, siguieron con las burlas.
Los tenderos, que no carecían de tacto en Constantinopla, serrucharon las orejas a los maniquíes y retiraron de los escaparates las fotos de modelos con orejas. El cabello volvió a llevarse corto y peinado con naturalidad. Habían comprendido que las orejas no son más que órganos caprichosos sin utilidad alguna. Curiosamente, nació una ciencia dedicada al estudio de las orejas.
Y este hecho, en apariencia inofensivo y sin importancia, como puede ser la pérdida de las orejas en Constantinopla, repercutió en alguno de los aspectos del pensamiento y hacer de los ciudadanos: las frutas secas, y en particular los orejones, se dejaron de comer porque hacerlo era una falta de ética, casi una inmoralidad.
También en el aspecto económico hubo cambios: dos fábricas de orejeras presentaron quiebra. Las acciones de la Sombrerera Nacional subieron cinco puntos y medio en los primeros días de otoño. El diseño industrial de gafas se vio forzado a recurrir a antiguos modelos del más puro estilo “Quevediano”. Se agotaron en pocos días todas las ediciones de la “Vida de Van Gogh”, y la moda hizo lo imposible por imponer el uso de pendientes en la nariz y otras partes de la cara.
En los parques y las calles los montones de hojas secas, que a recogían a diario para ser quemados, variaron ligeramente su tamaño.
Fue pasando el otoño y parte del invierno en una ciudad tranquila y rutinaria como lo es Constantinopla, y los ciudadanos recuperaron su ritmo y sus costumbres. No obstante la alegría habitual, podían encontrarse en los hogares numerosos almanaques donde iban tachando, en secreto, los días transcurridos. Esperaban la llegada de la primavera y con ella los pájaros cantarines, las flores, y los árboles desnudos volviendo a cubrirse de hojas verdes".

domingo, 9 de diciembre de 2007

The Golden Compass


ya llego al cine esta película, basada en el libro de Phillip Pullman del mismo nombre y que acá a Chile llegó como "La Materia Oscura: Luces del Norte". Protagonizada por Nicole Kidman y Daniel Craig, cuenta la historia de una niña que vive en un mundo paralelo al nuestro, que se enfrenta a la realidad de quién es ella realmente y de dónde proviene -No cuento más porque realmente vale la pena leerlo-.

Un relato medio "narniano", pero para no-cristianos, a título personal puedo decir que es uno de los libros más entretenidos que he leído en el último tiempo y el trailer al menos, promete. Disfrútenlo.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Nienor frente a Glaurung


La bella Nienor, hija de Hurin y hermana de Turin, al huir de los orcos junto a su madre Morwen y algunos elfos de Doriath, se pierde en la carrera y es alcanzada por Glaurung, padre de los dragones. Su presencia y sus palabras la sumen en un terror y un encantamiento que la hacen uir despojandose de sus ropas, hasta caer desnuda en lo profundo del bosque de Brethil en un profundo sueño, del que despertaria mas tarde vacía de recuerdos, solo con la sombra de un terror reciente.

domingo, 25 de noviembre de 2007

El espectro del bosque


Este corto ganó premios como mejor corto de animación en el festival de cine de San rafael del 2006 y en el festival latinoamericano de cine y video del 2006.y aparte esta rebueno.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Mares I




El sordo borboteo en la arena, los grandes parloteos en la espuma, el leve retornar de un aliento, que ­siempre cierto­ hoy se olvida. palabras encalladas de recuerdos, tú te sabes, no conoces los lamentos, hoy te cimbras en las luces que se extinguen.La ola llega y nos lleva mar adentro, ­no hay confines, no hay espera, todo se halla a su punto­.Coincidencia de un instante en el instante, empalmadas estas dunas en desiertos, y tu sed se prolonga mar adentro y tus sueños se condensan con las sales y tu aroma sueña a brisa, verde azul o negro suave, todo espera a que llegue este nunca, tan sublime que se atora con el tiempo­ ¡Oh!, lo, tro, poco honor escogido, moribundo­. Lento escarba en las aguas y no pesa en la sal pequeña de las horas, brilla poco, se transforma, lento cae.

jueves, 22 de noviembre de 2007

PERFIL SOLAR


Para rehacer todo el discurso de tu silencio ahora caigo en las trampas que da el tiempo­ Te escucho en madrugadas, luego te pienso­­ y ya no eres tan distante como lejana porque te hago; te creo, te sé ya cierta.Pero un momento puede romper lo que he visto. y me pregunto, casi ausente, por tu respuesta y luego entiendo que en algún sitio se halla la espera, casi lúdica, casi de huida, como si fueras rayo, que rápido, en línea, va somnoliento. Me levanto como esperando la sorpresa de tu existencia que sólo es sueño, silueta efímera y yo el que teme te desvanezcas.

HIERBA DE ANTES



Por qué buscar el brillo en el estanque como creyendo que sólo el rayo es la alegría si es en las lunas que te hallo y te rozo. Por qué pensar en el pasado, en el instante, si es ahora que te tengo, que casi luego me levanto y se repite nuevo el rito. Porque el verdor, el de la hierba, no es estable, cuando la hierba cierra los ojos y se hace lumbre y encamina este tallo hasta tu boca en que se siente el sabor, el que nos tuerce, imaginando la textura de esa noche.
Pronto reclama a la lluvia la espesura y recupera en los sentidos mi palabra, la que te sabe, te adivina, que me inventa y en la que sabes tú esconder nuestros secretos.

OQUEDAD DE LOS ASTROS


Tú no crees en la intemperie,te fijas al universo para no caer en la oquedad de los astros.
Distribuyes las pasiones en tus vías lácteas.Obsesionas los momentos y les prolongas hasta siempre.
Juegas con el tiempo, al que riges, tú, eternidad. Juegas con todos y cada uno pidiéndoles amontonadas cuentas, no perdonas. Porque eres la dueña de los días, los lustros. Porque para ti no son nada.